lunes, 15 de mayo de 2017

El Olvido



                                                                   El olvido

¡Pum, pum, paf! Olvido. ¡Crash, truch, truch! Olvido. ¡Buaaa, buaaa! Olvido.  El reflejo hipnótico del plasma, aparcándose en los ojos ruidosos. Ni lo pienses, ahí estás vos, hasta te chorrean los mocos y esto que estamos en el año dieciséis.  Ahora si te lo vas a tomar a pecho o mejor dicho a estómago, vas al muere.  Qué me podés decir, cuando se consume no es por amor, es por olvidar, olvidar el beso empalagoso del tipo, o cuando se mira al retrovisor del auto (una vez lo hizo ahí) y se notó una grasa colgando de la cintura para abajo. A ver, ayer no te fuiste a bailar con tus amigas, te chupaste todo lo que cayó en tus labios y al amanecer te diste cuenta que habían miles de él, como réplicas de un modelo absurdo pero el que vos preferís.  Sí, ¡a papá no! Vos cuando te vestías como una “ligerita” como decían las viejas del barrio, para que él se calentara con algo y te diera el beso de las buenas noches, y volvías toda cansada pero satisfecha, también lo querías olvidar pero no podías.                    Acá en medio del matete o de tu interior huesudo lo seguís llevando. ¡Olvido! Si nos ponemos a entender un poco el tema, vos entregándote completita y él ávido manipulador, supo dejarte huellitas en la piel. Yo te lo he visto nena y me decís ¡Olvido! Te asechaba con técnicas desprolijas, o hablaba con cierta vulgaridad y vos le sacudiste un par de veces el bolsillo, encima el menos agujereado que tenía. Una cosita, la música del hard rock y que pegó en los noventa la cambiaste por los ¡toc, toc! Y se puede entender tal cosa como ¡olvido! Es decir, la semejanza de tus locuras a las de otras, es que lo dice fácil pero la hace difícil y no pueden cerrar la puerta, queda ese pasado semi abierto. Ahora te encuentran comiendo mucha porquería así liberas la endorfina, te metes en el baño por horas, de alguna manera querés olvidar, hasta te cambiaste el color del pelo, un día amarillo, al otro verde, al otro morado, una cosa es que rompas los discos, o un archivo de canciones que oían sin siquiera pensar el uno en el otro, es muy imprudente de tu parte dejar abierta las posibilidades a un cambio, ese cambio jamás te va a volver a lo que eras antes, y te quedas con un montón de cosas de él y con nada tuyo, hasta le guardás el olor a su único perfume, el olor al calzoncillo que usó una noche bien apretada contra la cama del telo más infame que conociste, y vos decís ¡olvido! Y buscás un ejemplar de hombre de piedra, así lo das vuelta como una media, pero, pero el otro se movía mejor, con calidad, esas cosas difíciles de entender en tu nido de locura. Después te viene una locura en la balanza, vas pesando legumbres y otras rarezas, ahí nomás subís a treinta, luego a sesenta, hasta los noventa no parás. Y de un día, así de la nada, te cae el guevón del mundo, ese que no te va a cambiar la vida, pero se hace un adaptador, enchufándote en cualquier realidad. Y a esto le decís, ¡olvido! 

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