El
olvido
¡Pum, pum, paf! Olvido.
¡Crash, truch, truch! Olvido. ¡Buaaa, buaaa! Olvido.
El reflejo hipnótico del plasma, aparcándose en los ojos ruidosos. Ni lo
pienses, ahí estás vos, hasta te chorrean los mocos y esto que estamos en el
año dieciséis. Ahora si te lo vas a tomar a pecho o mejor dicho a estómago, vas al
muere. Qué me podés decir,
cuando se consume no es por amor, es por olvidar, olvidar el beso empalagoso
del tipo, o cuando se mira al retrovisor del auto (una vez lo hizo ahí) y se
notó una grasa colgando de la cintura para abajo. A ver, ayer no te fuiste a
bailar con tus amigas, te chupaste todo lo que cayó en tus labios y al amanecer
te diste cuenta que habían miles de él, como réplicas de un modelo absurdo pero
el que vos preferís.
Sí, ¡a papá no! Vos cuando te vestías como una “ligerita” como decían
las viejas del barrio, para que él se calentara con algo y te diera el beso de
las buenas noches, y volvías toda cansada pero satisfecha, también lo querías
olvidar pero no podías. Acá en
medio del matete o de tu interior huesudo lo seguís llevando. ¡Olvido! Si nos
ponemos a entender un poco el tema, vos entregándote completita y él ávido
manipulador, supo dejarte huellitas en la piel. Yo te lo he visto nena y me
decís
¡Olvido! Te asechaba con técnicas desprolijas, o hablaba con cierta
vulgaridad y vos le sacudiste un par de veces el bolsillo, encima el menos
agujereado que tenía. Una
cosita, la música del hard rock y que pegó en los noventa la cambiaste por los
¡toc, toc! Y se puede entender tal cosa como ¡olvido! Es decir, la semejanza de
tus locuras a las de otras, es que lo dice fácil pero la hace difícil y no
pueden cerrar la puerta, queda ese pasado semi abierto. Ahora te encuentran
comiendo mucha porquería así liberas la endorfina, te metes en el baño por
horas, de alguna manera querés olvidar, hasta te cambiaste el color del pelo,
un día amarillo, al otro verde, al otro morado, una cosa es que rompas los
discos, o un archivo de canciones que oían sin siquiera pensar el uno en el
otro, es muy imprudente de tu parte dejar abierta las posibilidades a un
cambio, ese cambio jamás te va a volver a lo que eras antes, y te quedas con un
montón de cosas de él y con nada tuyo, hasta le guardás el olor a su único
perfume, el olor al calzoncillo que usó una noche bien apretada contra la cama
del telo más infame que conociste, y vos decís ¡olvido! Y buscás un ejemplar de
hombre de piedra, así lo das vuelta como una media, pero, pero el otro se movía
mejor, con calidad, esas cosas difíciles de entender en tu nido de locura.
Después te viene una locura en la balanza, vas pesando legumbres y otras
rarezas, ahí nomás subís a treinta, luego a sesenta, hasta los noventa no
parás. Y de un día, así de la nada, te cae el guevón del mundo, ese que no te
va a cambiar la vida, pero se hace un adaptador, enchufándote en cualquier realidad.
Y a esto le decís, ¡olvido!
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