sábado, 13 de mayo de 2017

Cristal roto



                                                  Cristal roto

Y lo peor que puede hacerte es decirte las cosas cuando te sentás a comer. Y la niña lo ve todo, y lo que menos te importa es ella, vos no podés dejarle pasar una a tu señora. Como dos perros rabiosos que se agarran de la nada, así empiezan las peleas en casa. De hogar no tiene nada. La niña te observa, primero aterrorizada, después con lástima. Pero vos seguís insistiendo en que las cuentas deben pagarse a medias y mi esposa discute también. Ella trabaja más que yo, o gana más que yo. Te revienta la paciencia y tenés ganas de mandar todo al carajo, total, volvés a lo de tus viejos y te reciben, porque ellos piensan en vos y en la vida miserable que te está dando esa mujer, que nunca quisieron por materialista. Y la niña lo poco que come le cae mal, y encima vos pensás, (si es tu coartada) utilizarla para refregarle a tu esposa que de madre no tiene nada. –vive enferma por tu culpa. Digo. –es por el padre que tiene. Grita ella. La cuestión se resuelve, en mi caso, con un portazo, subir al auto e irme.  Lo que no pienso es que la niña queda allí, en medio de un charco de lágrimas de la madre, sentadita sola en una mesa llena de comida pero sin sabor. La niña me ve salir y piensa que el mundo de los adultos se resuelve con huir y dejar a los niños a merced de la locura. Porque tu esposa apenas si repara en ella, lo hace pero en un tiempo lejano. Qué importa quién de los dos trabaje o gane más. La niña deduce que somos unos pésimos padres y piensa que cuando sea grande va a tener en cuenta las repetidas escenas enfermizas sea para seguirlas o definitivamente dirá que el matrimonio es un compendio de lo insoportable. 


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