Cristal roto
Y lo peor que puede hacerte
es decirte las cosas cuando te sentás a comer. Y la niña lo ve todo, y lo que menos te importa es ella, vos no podés dejarle
pasar una a tu señora. Como dos perros rabiosos que se agarran de la nada, así
empiezan las peleas en casa. De hogar no tiene nada. La niña te observa,
primero aterrorizada, después con lástima. Pero vos seguís insistiendo en que
las cuentas deben pagarse a medias y mi esposa discute también. Ella trabaja
más que yo, o gana más que yo. Te revienta la paciencia y tenés ganas de mandar
todo al carajo, total, volvés a lo de tus viejos y te reciben, porque ellos
piensan en vos y en la vida miserable que te está dando esa mujer, que nunca
quisieron por materialista. Y la niña lo poco que come le cae mal, y encima vos
pensás, (si es tu coartada) utilizarla para refregarle a tu esposa que de madre
no tiene nada. –vive enferma por tu culpa. Digo. –es por el padre que tiene.
Grita ella. La cuestión se resuelve, en mi caso, con un portazo, subir al auto
e irme. Lo que no pienso es que la niña
queda allí, en medio de un charco de lágrimas de la madre, sentadita sola en
una mesa llena de comida pero sin sabor. La niña me ve salir y piensa que el
mundo de los adultos se resuelve con huir y dejar a los niños a merced de la
locura. Porque tu esposa apenas si repara en ella, lo hace pero en un tiempo
lejano. Qué importa quién de los dos trabaje o gane más. La niña deduce que
somos unos pésimos padres y piensa que cuando sea grande va a tener en cuenta
las repetidas escenas enfermizas sea para seguirlas o definitivamente dirá que
el matrimonio es un compendio de lo insoportable.
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